Piero di Benedetto, Piero del Borgo o Piero della Francesca como los estudiosos del arte lo reconocen es sin duda alguna el pintor italiano de mayor trascendencia del período conocido como Quattrocento, así como el primero en intentar la perspectiva geométrica en un lienzo. Aparte, no únicamente se le reconocen esos logros, sino también se le recuerda como un gran matemático.
Del nacido en Borgo San Sepolcro, hacia 1416, nada se conoce de dónde realizó sus primeros estudios ni cómo ni cuándo inició su labor pictórica, sin embargo, su nombre aparece por vez primera en Florencia en 1439, como ayudante de Doménico Veneziano en la realización de los frescos del coro de la iglesia de San Egidio, de los cuales solo quedan fragmentos. Ello y su amplio conocimiento de la pintura florentina hace pensar que estuvo una larga temporada en la llamada cuna del Renacimiento.
Entre los trabajos importantes que se le encargaron encontramos la realización del ‘Políptico de la misericordia‘, la ‘Flagelación de Cristo‘, dos versiones de ‘San Jerónimo‘, el ‘Retrato de Segismundo Malatesta‘ y los frescos la ‘Virgen encinta‘ y ‘Hércules‘.
Ya que andamos a nada de iniciar los festejos decembrinos, cabe comentar que el último trabajo, inacabado, en que se cree intervino Piero della Francesca fue ‘La Natività‘ (‘La Natividad‘), seguramente porque ya estaba perdiendo la vista y por ya estar dedicando más tiempo al estudio de las matemáticas y la geometría.
De esas fechas resultan los tratados ‘De prospectiva pingendi‘ (‘Sobre la perspectiva para la pintura‘), primer estudio formal del dibujo técnico y la axonometría; el ‘Libellus de quinque corporibus regularibus‘ (‘Folleto de los cinco sólidos regulares‘), uso de figuras geométricas para el diseño y el ‘Trattato dell’abaco‘ (‘Tratado del ábaco‘), cuestiones de cálculo y aritmética.
Un buen número de historiadores del arte fechan este cuadro en 1485, mismo año de la coronación de Enrique VII, primer rey de la dinastía Tudor.
Se presume que esta obra, realizada en témpera sobre madera de 124’5 x 123 centímetros, posee una alta influencia del llamado ‘Tríptico Portinani‘, la obra más famosa de Hugo van der Goes, cuyo estilo exportó a las futuras creaciones italianas.
Los conocedores así lo creen, por la forma que colocó al Niño sobre los grandes dobleces del manto azul de la Virgen María y por el minucioso detalle en vestimentas. En esa narrativa religiosa, el maestro renacentista representó al Niño Dios totalmente desnudo, frágil, con los brazos extendidos en busca de la protección virginal de su madre.
Ella, vestida con tres colores (azul, blanco y rojo) está con absoluta serenidad, juntando las manos para adorar a su hijo. La quinteta de ángeles humanizados, al servicio celestial, interpretan música sacra en señal de alabanza.
En segundo plano José, sentado en un aceruelo, está presentado como un anciano medroso, pero venerable y descalzo al igual que los serafines. El asno y el buey son los símbolos de nobleza y sacrificio. La urraca encarna la valentía.
Resalta el mal estado físico del pesebre que los teólogos interpretan como las ruinas de la iglesia precristiana. Al fondo, paisaje y ciudad hacen hincapié de la omnipresencia de Dios, aquí y allá.
Cabe resaltar que la tripleta de colores de la vestimenta de la Santa Madre plasman la divinidad total. Blanco, virginidad en el alumbramiento; Azul, signo de la realeza celestial y rojo, la sangre en la muerte de Cristo. La obra se encuentra en exposición permanente en la National Gallery de Londres.