La célebre madre que yace sepultada en el cementerio de Montparnasse

Por Javier Gutiérrez Ruvalcaba

David Rieff no es únicamente un analista político y periodista especializado en la crítica cultural y un respetado reportero de guerra, sino también tiene el plus de ser hijo de una de las mentes más brillantes de la intelectualidad de la izquierda estadounidense del pasado siglo y principios de este, la escritora, novelista, filósofa y cineasta Susan Sontag, fallecida en el 2004.

Le dedicó un libro desgarrador sobre los últimos meses de vida, ‘Un mar de muerte: Recuerdos de un hijo’ (Debate).

En uno de sus tantos retornos a su casa en Nueva York, la tarde del 28 de marzo del 2004, por una llamada a su madre, Rieff se enteró que su progenitora estaba enferma y que sería muy probable que tuviese que librar una nueva batalla contra el cáncer.

No sería la primera vez que a sus 71 años lucharía contra este mal. Ya en sus 42 años de vida había librado su primera batalla contra un tumor de mama en fase IV, con metástasis en el sistema linfático. Con 57 años, nuevamente la demoníaca enfermedad se le presentaba, esta vez en el útero y también la libró.

Catorce años más tarde, un médico despiadado le asestó un duro golpe que a la postre sería mortal, la informó que padecía un síndrome mielodiplástico que al poco tiempo derivó en una mortal leucemia.

Como pocas, luchó hasta su último aliento.

No siempre se llamó Susan Sontag, hasta sus 11 años dejó de llamarse Susan Lee Rosenblatt, adoptando el apellido de su padrastro. Acostumbrada por siempre a luchar contra la adversidad, perdió a su padre muy joven y una progenitora alcohólica, fue madre demasiado joven, a los 19 años. Amén que por su sexualidad era rechazada en una sociedad tan conservadora como la estadounidense.

Quien es el fundador del proyecto «Crímenes de guerra», de la American University, en Washington D. C. la recuerda como una mujer acostumbrada a superar las dificultades, por muy adversas que pareciesen, «fue siempre resuelta y tan coherente en la vejez como lo había sido en la infancia», esto ilusionó a ambos en una nueva derrota a la enfermedad, tal como lo hizo la primera vez y que la propia Sontag lo plasmó en su ensayo ‘El sida y sus metáforas’ (De bolsillo), realizado más de un decenio después de esa primer combate contra la afección, un escrito dirigido a la frustración del pesimismo de sus médicos, ya que quien fuera en ese momento su médico principal en el Centro Oncológico Memorial Sloan-Kettering de Nueva York ya le había comunicado al hijo que ella no sobreviviría.

En sus páginas, esta crónica de los últimos días de la autora de ‘Ante el dolor de los demás’ (Debolsillo) el también miembro de The New York Institute for the Humanities rememora que en el período inmediato posterior a su diagnóstico ella padecía de brincos emocionales, «mi madre a veces parecía oscilar entre una somnolencia hueca y una aguda agitación que en ocasiones lindaba en la histeria y otras veces parecía, casi de modo incongruente, racional y serena».

Para la pensadora norteamericana, conforme avanzaba su vejez le resultaba cada vez más difícil la soledad y en esos últimos meses de su trastorno el estar sola era insoportable para ella. «Ya que estaba de nuevo enferma, incluso el más breve intervalo de soledad le resultaba intolerable, y todos los que estaban cerca de ella organizaron pronto una suerte de lista de turnos para cerciorarse de que siempre había al menos una persona en su apartamento y de preferencia más de una».

Sabiéndose alterada en su salud, al grado de tener poco tiempo de vida, la supervivencia era su meta y así siguió hasta el día de su fallecimiento. Esto no eliminaba el desconsuelo y se repetía: «En esta ocasión, por primera vez en mi vida, no me siento especial». El sentirse singular surgió por haber vencido, anteriormente, un par de veces al cáncer.

Las últimas palabras que David escuchó de su madre fueron «quiero decirte…»

«Hizo un gesto vago con la mano demacrada y luego la dejó caer sobre la manta. Creí entonces que había vuelto a quedarse dormida».

Así falleció una de las mentes más brillantes que ha dado la intelectualidad de los Estados Unidos el 28 de diciembre del 2004, exactamente nueve meses después que su hijo David Rieff se enterara que el ser que le diera la vida estaba por retornar a ser tratada por los oncólogos.

«Mi madre yace sepultada en el cementerio de Montparnasse en París. Si se entra por la puerta principal en el bulevar Edgar Quinet, la tumba de Simone de Beauvoir se encuentra casi justo a la derecha de camino al túmulo de mi madre. Los restos que queden de Samuel Becket yacen bajo una simple placa de granito gris a cien metros de la negra y brillante que cubre los huesos y lo que además quede ahora de los restos del cuerpo embalsamado de la que fuera una escritora estadounidense llamada Susan Sontag, 1933-2004. La tumba del amigo de mi madre el escritor Emile Cioran está a unos doscientos metros en dirección contraria. Sartre, Raymond Aron y, entre los más célebres, Baudelaire, están sepultados allí también».

Este no es el único libro en donde Rieff rinde tributo a su mamá, también en español está una edición curada por él de lo que consideró los más selectos trabajos de ella, ‘Susan Sontag: Obra imprescindible’ (Literatura Random House).

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