Por Javier Gutiérrez Ruvalcaba
Mi papá fue un entusiasta aficionado al juego conocido como el rey de los deportes, el béisbol. Por años me senté a su lado para ver por televisión el llamado Clásico de Otoño, la Serie Mundial, que es la serie final de la temporada de las Grandes Ligas del béisbol norteamericano, donde se enfrentan el campeón de la Liga Nacional contra el de la Americana, durante la última semana del mes de octubre. Cabe recordar que para proclamarse campeón se deben ganar cuatro partidos de una serie de hasta siete encuentros. Esta competición se originó en 1903 y únicamente no se efectuaron las de 1904 y 1994.
Cuando se inició el rito familiar de mirar la Serie Mundial, pacientemente escuchaba de niño las reglas generales para comprender y degustar ese deporte y así nació mi gusto por los Yankees, equipo que siguió desde siempre mi progenitor.
Si en dicho acontecimiento deportivo estaban los llamados Mulos de Manhattan y les tocaba ser anfitriones del equipo rival, le gustaba contarme siempre la misma historia del que llamaba el máximo escenario del béisbol de las Ligas Mayores, el antiguo Yankee Stadium y del pelotero que gracias a sus hazañas logró su construcción, George Herman Ruth Junior, más conocido simplemente como Babe Ruth.
Siempre iniciaba su relato minutos antes de que se cantara el «playball» y la historia iba más o menos así: «El Yankee Stadium ya ha vivido más de una treintena de clásicos de otoño. Todavía por los inicios de la década de los veinte, los también conocidos como los Mulos de Manhattan jugaban en el Polo Ground, que era al igual estadio de los Gigantes de Nueva York.
«Antes de mudarse a su nueva casa, los Yankees sólo habían ganado un par de títulos. Muchos creían que la leyenda creada en torno a las huestes neoyorquinas nace, precisamente, con el arribo de un joven robusto y poco atlético, que, por esos momentos, era el mejor pitcher zurdo de todo el béisbol, George Herman Ruth.
«En esos años, el ‘Bambino de oro’ había sido el máximo ganador con los Medias Rojas de Boston, y daba buenas cuentas como bateador. Llamaba tanto la atención con el bat que un periodista, nada despistado, le cuestionó al dueño de los patirrojos si no sería mejor mandar al apodado Babe a los jardines para aprovechar su poderío con el leño.
«Molesto el alto ejecutivo respondió: ‘Me convertiría en el hazmerreír si desaprovechara al mejor lanzador del momento por unos cuantos jonrones’. Al arribar con los de Nueva York, los del equipo de la Gran Manzana lo afianzaron en esa posición y revolucionaron al deporte rey. Ruth, botaba pelota tras pelota, tras pelota del desaparecido Polo Ground. El público entusiasmado acudía en masa para ver al gran fenómeno de bateo, y con ello ingresaron toneladas de dólares, que a la postre sirvieron para construir su casa”. Cuando ya no miraba con él esos duelos vino el cierre del mítico estadio el 21 de septiembre del 2008 y su posterior demolición para inaugurar uno nuevo el 16 de abril del 2009.