Por Javier Gutiérrez Ruvalcaba
Está por salir de la plataforma Max la versión en español del clásico de los Estudios Universal, Drácula.
No había pasado ni un lustro en que la cinematografía ya dialogaba para el espectador y el temor de que la comunidad hispanohablante no se interesara en ver el filme protagonizado por Bela Lugosi, por carecer en ese ayer de subtítulos y ni que decir de doblajes, llevó a los jerarcas de Universal a realizar al mismo tiempo que se filmaba la película de Tod Browning la versión en castellano, teniendo a Carlos Villarías como el Conde Drácula.
De día, Browning daba instrucciones al equipo de la versión estadounidense de cómo llevar a la pantalla grande la novela de Bram Stoker, con la que se iniciaría en 1931 la famosa saga de monstruos de Universal y por la noche, George Merford aprovechaba todo el tinglado armado para dar vida al esperpento de Transilvania.
Cabe resaltar que el único que podía ver las tomas que se realizaban por la mañana era el propio Merford, ya que los personajes del vampiro humano debían coincidir uno y otro.
Esta versión en nuestra lengua, que ya es toda una cinta de culto, fue una verdadera ensalada de acentos del idioma cervantino (aún no existía el concepto de español neutro).
En todo momento, el director necesitó un intérprete, Enrique Tovar Ávalos, por desconocer el habla en que se filmaba, y los principales protagonistas fueron un verdadero variopinto de nacionalidades: Carlos Villarías, el Conde Drácula, era español; Lupita Tovar, que en vez de Mina fue Eva Seward, era mexicana y Barry Norton, Juan Harker en el filme, era argentino.
Mientras por aquellos años, la censura en la meca del cine era sumamente estricta, para esta interpretación dirigida para Iberoamérica el reparo fue muy laxo.
Lo mismo daba si se mostraba piel en exceso, como con el camisón transparente de Lupita Tovar o si los colmillos del Conde eran clavados con morbo. Se respiraba un ambiente de libertad creativa, pocas veces visto para una cinta hollywoodense.
Se filmó en tan solo veintidós noches, en tanto la gringa necesitó siete semanas. La duración de una y otra también fueron disimiles, la norteamericana dura 71 minutos y la hispana 103 minutos. El público mexicano la pudo ver el 4 de abril de 1931.
Este Drácula fue una de las últimas producciones no habladas en inglés que se realizaron en Hollywood, ya que poco tiempo después varios países comenzaron a hacer su propio cine.
La remasterización de esta cinta está basada en la copia cubana que fue la única en estar sin daño, misma que sirvió para la restaurada que se presentó en el cine del Sindicato de Directores de los Ángeles previo al estreno de Drácula de Bram Stoker, de Francis Ford Coppola.
Antes de la aparición de la tecnología para ver cine en casa, esta versión ‘sui generis’ fue prácticamente desconocida para los contemporáneos amantes del cine que habitan la tierra del Tío Sam, no así para algunos que entienden el español y son asiduos de la piratería cinéfila.
Como dice Carlos Villarías en su papel del aristócrata rumano «¡La sangre es la vida, señor Reinfield!».