El slow fashion, o moda lenta, es una postura que se opone al fenómeno del fast fashion y el hyperfast fashion. Es un término que fue acuñado por Kate Fletcher del Centro de Moda Sostenible, y desde entonces ha sido ampliamente utilizado al hablar de moda sostenible. Sin embargo, para entenderlo mejor, es necesario empezar con el tema del fast fashion.
Este fenómeno en la moda se inició con el propósito de vender mucha más ropa de la que realmente necesitamos, o «moda» con períodos muy cortos de vigencia, reduciendo así el costo de producción mediante métodos cuestionables. Se dice que se comenzó con el fin de hacer que la moda sea accesible, lo cual es válido. Pero cuando vemos, por ejemplo, un vestido de baño de SHEIN a unos 200 MXN (correspondientes a unos 12 dólares), y dividimos ese precio entre los costos de producción, como la materia prima desde su hilatura, la tela y su proceso de tintura, estampado, además del proceso de manufactura, el empaque, y el envío, considerando que los dueños de estos negocios venden sus productos por más del doble de su costo de producción, resulta que cada proceso recibe apenas alrededor de 1 dólar si tomamos en cuenta esos 12 dólares. Entonces, si cada traje de baño demora 20 minutos en su manufactura al día y en el mejor de los casos, una persona podría producir alrededor de 24 trajes. Esto nos da que, en el mejor escenario, podrían ganar unos 24 dólares al día, aunque en realidad esto se reducirá a 12 dólares o incluso menos, debido a más horas de trabajo ya que les piden números de producción un poco sobrepasados y bajo condiciones laborales terribles. Además, con el tiempo, los dueños de estas marcas se vuelven cada vez más ricos. Este sistema se sale de control, siendo insostenible de manera integral, ya que no solo afecta a la mano de obra, sino que también contamina de manera excesiva. Esto se debe a la producción exacerbada y a procesos económicos que no tienen una forma adecuada de tratar los desechos, contaminando el agua. La industria textil es responsable del 20% del desperdicio de agua a nivel mundial, sin mencionar las fibras plásticas y otros efectos a largo plazo. Por lo tanto, este “ahorro” se transforma en un problema salido de control. Todo lo que supuestamente no cuesta, al final sí pasa factura.
De esta problemática surge el punk o antisistema, que busca hacernos parte de la solución, y es la producción slow. Pero teniendo en cuenta el contexto de la producción fast, el slow es todo lo contrario. Se trata de una producción local que busca minimizar el impacto en el planeta desde la extracción de la materia prima hasta su uso y desecho, con procesos éticos y responsables. El slow fashion propone piezas atemporales, hechas a medida o por encargo, utilizando materiales compostables o de producción responsable. Nos enseña que no necesitamos tener lo más nuevo, sino invertir en calidad. Además, en Latinoamérica, este fenómeno también implica una colaboración con poblaciones originarias, creando piezas únicas que resaltan las técnicas y conocimientos ancestrales, desde una perspectiva justa para todas las partes involucradas.
Bajo esta mirada y con las nuevas soluciones que el mercado nos ofrece (slow fashion, segunda mano, reciclaje, etc.), no podemos seguir justificando marcas fast que proponen un ritmo acelerado, innecesario y contaminante, así como una sobreproducción innecesaria. Para finalizar, te dejo con la siguiente pregunta: ¿Sabías que hoy en día ya tenemos suficiente ropa para vestir a 6 generaciones y aún se sigue produciendo día a día?