Por Javier Gutiérrez Ruvalcaba
Por más que la crítica reniegue, desde que apareció la saga de Harry Potter, niños y adolescentes «enloquecieron» por los entes maravillosos, y a partir de ahí no solo nacieron los llamados «Potterheads«, sino que se derivó el nuevo boom de la literatura fantástica entre los jóvenes.
Como es del conocimiento de los lectores este género como tal y que simplemente posee componentes inexplicables y fuera de toda lógica, surge en pleno romanticismo, gracias a la mitología que la tradición oral preservó y comunicó de generación en generación.
Desde luego que no significó que la nueva hornada de seguidores tuviese como estandarte el postulado de Tzvetan Todorov que decía que «lo fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento sobrenatural» para aficionarse a este.
Estaba por arribar un nuevo siglo, corría el año 1997 y en las librerías británicas aparecía la primera entrega de una serie de libros de J. K. Rowling, que narraban la historia de un niño huérfano y sus amigos con dones extraordinarios que asombraron a la juventud de todo el Reino Unido, ‘Harry Potter y la piedra filosofal’.
Casi treinta años después de esa fecha se han vendido más de 500 millones de ejemplaresy se han traducido a ocho decenas de lenguas. Siendo precisamente el primero de la saga el más exitoso en ventas con 120 millones de ejemplares vendidos.
Tras el auge, todo mundo ha opinado no únicamente del fenómeno, sino de la importancia de la esencia en sí de esta ficción que tuvo su primer esplendor con los cuentos de hadas y Carlos Fuentes no fue la excepción.
¿Qué pensaba el autor de ‘La región más transparente’ en torno a lo que se necesita para que un cuento fantástico no sea disparatado?
Me remito a la entrevista aparecida en el diario argentino ‘La Nación’, en su edición del martes 13 de noviembre de 2007, que con motivo de la aparición de la Biblioteca Carlos Fuentes, lanzada por Alfaguara en hispanoamérica, se le cuestionó sobre el tema.
Para el que fuera eterno candidato al máximo galardón literario ese relato debe tener una lógica interna y ser fiel a sí mismo.
Además, aclaró, que no puede irse a otro lugar que no sea ese mismo cuento. «El cuento fantástico es muy exigente en el sentido de la formalidad interna. Se puede decir lo que se quiera con tal de que sea creíble por más increíble que resulte. Tiene que ser creíble literariamente”.
En la conversación denominada «Con las letras se hace más que con el poder», el novelista mexicano defendió el género fantástico siempre tan vilipendiado por la crítica, opinando que esa posición es absurda ya que, por ejemplo, está Edgar Allan Poe y E. T. A. Hoffman como fundadores de la ficción norteamericana. «Y que manera de fundar una ficción en este mundo del optimismo beato de los Estados Unidos; yo les presento los fantasmas, los brujos, el horror, la noche».
Continuó con una respuesta enérgica a la pregunta si consideraba injusta esa posición de los enemigos del género, cuestionándolo dónde se coloca a Jorge Luis Borges. «Borges no hizo una novela y escribió cuentos más bien de tipo fantástico y es uno de los más grandes escritores de América Latina. A Poe ya lo nombré, pero puedo sumar a Maupassant y a Hemingway. No entiendo por qué la crítica puede decir eso; no estoy de acuerdo».
Al comentario de que en algún momento Paul Auster dijo, en una conversación con Tomás Eloy Martínez, que Borges era un escritor menor genial, el autor de ‘Aura’, respondió con un evidente enojo, énfasis que debo agradecer al diario sudamericano haber respetado tal cual sus palabras. «Yo le quitaría lo de menor. Escribiría genial. Punto».