¿Accidente o suicidio? 

Cincuenta años sin Rosario Castellanos

Por Javier Gutiérrez Ruvalcaba 

Entre los familiares y allegados de quien fuera nuestra flamante embajadora en Israel en la séptima década del pasado siglo, la escritora Rosario Castellanos, se especuló sobre su muerte, y aún hoy, a cincuenta años de su partida, 7 de agosto de 1975, continúa la incógnita sobre su fallecimiento.

Oficialmente el reporte médico acusó fallecimiento por «electrocución probable», sin embargo, también se conjeturó acerca del suicidio y hasta de un posible asesinato.

La primera feminista reconocida por la historiografía mexicana murió en plena madurez intelectual y con mucho más por entregar.

Su óbito se dio a los 49 años en su residencia de Herzliya Pituach, al norte de Tel Aviv, donde fungía como representante diplomática.

Ya que, presumiblemente, estaba sola cuando ocurrió, surgieron varias dudas al respecto, pues precisamente por esos días no andaba bien de ánimo. Varios problemas la aquejaban, padeciendo una posible depresión.

No solo fueron las dudas sentimentales, además pesó que no era bien recibida por un sector del gobierno israelí y tenía algunos conflictos con las autoridades diplomáticas mexicanas.

Por aquellos días, la propia prensa mexicana no se puso de acuerdo acerca del deceso. A propósito de esta discordia, el narrador David Toscana, en su artículo llamado «La famosa lámpara», publicado en el suplemento ‘El Laberinto’, encarte del diario ‘Milenio’, aparecido el 26 de julio del 2019, escribió: «Algunos medios decían que Rosario Castellanos había muerto en la sede de la embajada; otros que en su casa ubicada en Herzila, población contigua a Tel Aviv. Había sido el chofer quien la separó de esa famosa lámpara metálica que le dio la descarga mortal. Aún con vida, fue enviada a un hospital, pero murió en el trayecto a bordo de la ambulancia».

Revisando archivos de la cancillería se encuentra que varios informes han desaparecido y algunas cartas por ahí desperdigadas muestran constantes quejas por el abandono que las autoridades tenían a las actividades consulares y a la propia sede.

Acusaba falta de presupuesto, nulo mantenimiento a las instalaciones y hasta espionaje a sus actividades cotidianas.

Otro personaje importante de la literatura mexicana que recreó el posible momento del deceso fue Beatriz Espejo, quien en su ensayo «Rosario Castellanos: Sus juegos creadores», publicado en el libro ‘Poesía fuiste tú: A 90 años de Rosario’, publicado por la Editoral Ink, describió el posible momento trágico: «Una y otra vez traté de imaginar la escena. El piso era de mármol o de mosaico, estaba mojado. Quizá entraba el atardecer de Tel Aviv por las ventanas. Rosario Castellanos venía envuelta en una bata ¿de toalla blanca? Acababa de bañarse y se quedó sola, a medio secar; descalza, con el cabello hacia atrás, pero escurriendo agua, su cutis claro y sin manchas encremado como le gustaba, todavía sin maquillar las cejas que depiló despiadadamente y luego pintaba en un arco. Además, venía descalza. ¿De prisa porque se preparaba para una recepción oficial? La ciudad se cubría lentamente de sombras y el cuarto empezaba a oscurecerse. Quiso prender una lámpara y la encontró desconectada. Al enchufarla un corto circuito la fulmina instantáneamente».

En el mismo libro se encuentra otro testimonio que refleja las dudas no resueltas. Dolores Castro, amiga íntima de la también poeta y autora del poema «Los adioses», versos que de igual forma dan nombre a la biopic de 2017 de Natalia Beristain, centrada en su turbulento amor por Ricardo Guerra y que puede ser vista en Netflix, da su versión de los hechos: 

«¿Cómo fue su final? Lo sé por muchas personas que me lo han relatado pero sobre todo por Samuel Gordon, su alumno. Ella había mandado comprar, fuera de Israel, una mesita de metal que le encantaba. Cuando llegó se quedó admirada de la mesita, entonces pensó que lo adecuado era comprar una lámpara que hiciera juego. El día de su muerte había una temperatura de más de cuarenta grados. La llevó su chofer a un bazar árabe y ahí estaba la lamparita que le encantó y la compró. Cuando volvieron a la embajada el chofer puso en el garaje el coche; pero mientras subía a la embajada, Rosario -dice Samuel Gordon- lo primero que hacía era tirar los zapatos de tacón alto y entraba descalza, dejando huellas del sudor que la cubría.

«Ella llegó con la lámpara y la puso sobre la mesita de metal; no sabe Samuel Gordon si la lámpara estaba nueva o era de un bazar. Una parte del alambre estaba pelado. Entonces, ella conectó la lámpara, empapada en sudor. Hay que aclarar que la corriente en Medio Oriente, es directa, mientras la nuestra es alterna: en cuanto hay un corto se apaga. Así, parece que ella cayó fulminada pero todavía estaba viva cuando llegó el chofer y se encontró con Rosario en el suelo y que parecía que estaba mal. Le habló a Samuel Gordon y él le dijo inmediatamente: ‘Llame a una ambulancia’. Llamó a la ambulancia y recogieron todavía viva a Rosario; no saben si murió en el trayecto o todavía llegó viva al hospital, pero murió».

Empero, lo que más «hace ruido» es la confesión del diplomático Antonio Gómez Robledo, el que fuera vicecónsul de la autora de Balún Canán, en un ataque de «sinceridad» confesó:

«Doña Rosario fue muerta por los judíos».

Obviamente, todo mundo descartó fuese cierto el presunto secreto divulgado.

El que presuntamente sufriera de una depresión crónica es una de las hipótesis de un probable suicidio.

Sean o no ciertas el mundo de presunciones, lo verídico es que Wikipedia registra como causa de expiración de Castellanos simplemente las quemaduras. 

Los adioses 

Quisimos aprender la despedida

y rompimos la alianza

que juntaba al amigo con la amiga.

Y alzamos la distancia

entre las amistades divididas.

Para aprender a irnos, caminamos.

Fuimos dejando atrás las colinas, los valles,

los verdeantes prados.

miramos su hermosura

pero no nos quedamos.

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