Por Javier Gutiérrez Ruvalcaba
Estamos a nada de que se lleve a cabo en la bella Perla Tapatía, Guadalajara (9 de septiembre) la 65 entrega de los máximos galardones que entrega la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC), los Premios Ariel.
Y sin duda alguna los iñárrituhaters estarán muy al pendiente de lo ahí sucedido ya que al estar nominado Alejandro G. Iñárritu como Mejor Director, con su polémica ‘Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades’ y que ésta, a su vez concurse por el lauro como Mejor Película los mantiene listos para reiniciar su pugna contra el ganador de cuatro premios Oscar.
Habrá que recordar que en cuanto Netflix reveló el trailer de la cinta en octubre del año pasado sus detractores furiosos de inmediato la tildaron de sobrevalorada y a él de arrogante. Los enfureció de sobremanera que la plataforma la presentara como «una experiencia épica, inmersiva y visualmente sorprendente».
Obviamente que esta producción cinematográfica no logra alcanzar el rango de obra de arte, pero tampoco su proyección estuvo para ganarse algún Golden Raspberry.
No es nuevo que se tiren a la yugular los negacionistas de los logros de algún brillante mexicano. Rememoremos que lo mismo sucedió en el 2018 con la exitosa ‘Roma’, de Alfonso Cuarón. Este fenómeno único en México no solo se da contra cineastas, también en otros ámbitos creativos y hasta deportivos.
¿Existirá algo en nuestro ADN que nos hace de inmediato actuar negativamente cuando un compatriota triunfa y no se diga si el comentario viene del extranjero? ¿Será que eso efectúe que reaccionemos de manera virulenta en cuanto escuchamos o leemos sobre acciones sobresalientes de nuestros connacionales? ¿Alguna maldición extraña en nuestra genética nos inclina a negarle el reconocimiento y de inmediato a vituperearlo y siempre ponderar primero al extranjero que al mexicano exitoso? ¿Algún extraño virus inoculado desde tiempos inmemoriales nos produce miopía para observar que fulano o zutano lo hacen mejor que el paisano alabado o peor aún nos hace llegar al ridículo de decir «yo lo haría mejor»?