En 2009, el realizador James Cameron estrenó Avatar, la épica de ciencia ficción y fantasía que revolucionó al cine. Convirtiéndose en un ejemplo del avance tecnológico al servicio del cine, como solo películas como Star Wars, Jurassic Park y The Matrix ha hecho a lo largo de la historia del séptimo arte.
El éxito en taquilla eventualmente llevo al filme a destronar a otra película de Cameron (Titanic) como la más taquillera de la historia. Título que hace poco fue arrebatado, momentáneamente, por Avengers: End Game.
Ahora un poco más de 12 años después, con la intención de reclamar su título como más la taquillera y como prólgo al estreno de una secuela, Avatar se volvió a estrenar en la pantalla grande.
Debo confesar que aunque consideró que James Cameron es uno de los realizadores más importantes de los últimos cuarenta años, nunca fui un gran fan de Avatar. En su momento su épica espacial, me parecía un refrito de otras historias como Danza con Lobos o Pocahontas, pero después de una década y revisitando el filme en la pantalla grande, debo reconocer que los méritos del filme van mucho más allá de una historia que puede resultar familiar.
A nivel visual, Avatar se presenta en buena, siendo la envidia de muchas películas, videojuegos y series que en la última década no se acercan ni de lejos al detalle y construcción de Cameron. Sus islas flotantes y sus criaturas destacan sobre el promedio actual de la industria y su 3D sigue siendo uno de los mejor realizados de la historia.
En la parte narrativa y actoral Sam Worthington y Zoe Saldana, aun a través de la piel azul se presentan como personajes entrañables que descubren el amor, a través del compañerismo y exploran el mundo natural y místico de Pandora. De la misma manera, Sigourney Weaver, Michelle Rodriguez, Stephen Lang, Gionvanni Ribisi y Joel David Moore nos muestran una variedad de personajes que reflejan la naturaleza humana. A veces protectora, curiosa, codiciosa y violenta.
Y por último, el filme es un ejemplo de la relación humanidad-naturaleza a la que deberíamos aspirar. Haciendo alegoría también de la destrucción que el hombre blanco ha hecho del mundo y de la cultura de otros pueblos en los últimos 500 años, con el colonialismo, en el nombre del progreso y la civilización.
Avatar es una pieza de arte, que no solo es emocionante y emotiva. Se mantiene vigente ante en un medio que ha avanzado a pasos agigantados los últimos 30 años y que vale la pena revisitar con toda su gloria en la pantalla grande.