Por Laura Athié
Paloma hermana que no estás en mi vida hoy, como cada 15 de septiembre, te pienso aquí, a cada instante.
Aun cuando tu presencia espesa y fuerte como el rímel que solías usar en las pestañas no se ve, sé que andamos: cuando creo que mi panza es muy grande, que la cadera se me ensancha como el volcán que a diario miro en mi ventana, cuando la voz me huye para esconderse detrás de mis orejas papaloteantes y blancas como la pijama que llevabas la última vez que te vi. Así, en todos esos momentos de flaqueza mía, hermana, estás, has estado.
No lamento que Abi no te conozca aún pues sé que tú la has venido siguiendo desde mi vientre y ella ha de oírte en sus incertidumbres porque tu voz retumba recia, nervuda como era toda tu presencia.
¿Sabes, Paloma hermana, que cuando Abi iba a nacer yo creí que moriría como tú, en una plancha blanca? Y tuve el miedo más pavoroso de mi largo calendario. A veces pienso que sentí un frío casi tan definitivo como el que te llevó, Paloma, con el corazón y los pulmones flotando en agua. Desde entonces eres mi hermana marítima, etérea, flotante. No te he dejado descansar.
Cada que encojo las piernas ridículamente durante la noche por miedo a las brujas y los fantasmas así, con estos tonos plata que ya comienzan a colorear mis sienes, te pienso aquí, hermana, al pie de mi cama, firme como solías ser, mandando al carajo, como decías, a todos los espíritus negros y a los hombres grises, advirtiéndoles que les romperás la madre, que no se atrevan a meterse con mi hermana Laura porque estoy aquí –amenazabas, ¿recuerdas?– como estabas: hermosa y amplia con ese caminar que sale de las banquetas. Torrente de furia y belleza eras, Paloma, una cascada blanca y espumosa a la que pocos se atrevían a intentar cruzar. Por eso ahora, mientras caminaba bajo las águilas y nopales de focos coloridos y brillantes colocados en las avenidas me acordé de ti y me dije:
Hoy, como cada año ya desde hace muchos años, gritarán aquí y en todas partes los vivas. ¡Qué viva México!, dirán, mientras yo ya no te gritaré, como acostumbro hacerlo cada 15 de este mes tan patrio: “Vuelve, hermana, vuelve”, porque por fin sé, Paloma, para qué y por qué razón te has ido.
Lo pensaba hoy sobre las calles: Manchas y Paz a mi lado tratando de tragarse el agua de las alcantarillas y los charcos. Mi mano derecha apretando las bolsas plásticas que uso para recoger los despojos y tú, en esta Puebla que no sé si conociste.
Te vi frondosa con tu sombrero negro, como te veo cuando intento pintar mis uñas pálidas y recuerdo tus manos gorgas y blancas como montañas de nieve coloridas hasta el final de rojo sangrante, de púrpura. Te vi y me dije: sé porque te nos fuiste, hermana. Para que entendamos que nadie puede regalarnos la fuerza, que el valor se saca del estómago para colocárnoslo al frente del rostro y decir: con su permiso, señores, señoras, por aquí paso. Así, con mi estatura mínima, con mis miedos, con los huesos que duelen de porosidad, con el temblar de mi voz.
Para eso te fuiste, hermana, para darnos espacio en el espejo hasta descubrir nuestro justo valor de hembras, con cicatrices, gorduras, calvas en la nuca, y corpiños copa C.
Te fuiste para dejarnos descubrir que nadie va a levantarnos si no nos ponemos en pie parar tumbar a aquellos que acomodan las trancas, los estigmas y prejuicios frente a nuestros zapatos caminantes, hermana.
Te fuiste para que asumiera mi maternidad frente al sol, frente a la lejanía, frente a la enfermedad que me acaba a diario. Para que supiera decirle a mi hija: Sé libre, como lo fue Paloma, tu tía. Vuela como ella voló, Abril. Y sé, hermana, que en los momentos en los que yo no aprendía a dejar salir el torrente de llanto que no para, me palmeaste la espalda para decirme, “también me voy con Abril, Laura”. Y subiste con ella al avión y le dijiste a su adolescencia que se quitara del asiento 12 B porque ese era tu sitio. Y sé que vas con ella, hermana mía querida ausente siempre aquí. Sé que la llevas de la mano sin apretarla para que ella, como le hice yo, encuentre su fortaleza. Hoy lo supe, hermana que ya no estás, cuando te sentí, cerca de los perros, cerca de mí, en cada momento de vacilación, en cada quiebre.
Hermana, te fuiste para dejarnos una enormidad carnal superior a todo, una imagen para seguir cuando tengamos sustos, debilidades, una voz que es tu voz para contestar, como cuando alguien te preguntaba qué como te atrevías a vestir esas ropas, esos colores, estando así, tan enorme y generosa mujer de amplias carnes, Paloma. Para responder como lo hacías tú: ¡Porque me da la gana vestirme así.! Porque te dio la gana tuviste el valor que no tuvimos, asumiste tu total belleza contraria a la que nos exigen desde que nos perforan el lóbulo sin preguntar si queremos usar aretes.
Te fuiste para esperar a que lo dijera yo, Paloma, a que lo dijéramos todas: Hacemos esto porque nos da la gana. Nos sentimos hermosas porque nos da la gana, nos ponemos de pie porque tú lo hacías, hermana, para partir plaza o madres, para pasar, porque sabías perfecto a dónde ibas hasta que dijiste adiós.
Paloma de mi misma sangre, hermana número dos. Un tiempo fuimos las niñas Athié que un día fueron cuatro y luego tres porque te moriste dejando un hueco imposible, Paloma. Y no tengo imágenes de ti en ninguna red, en ningún papel brillante para verte, Paloma, pero te llevo acá donde se resguardan los dolores que nadie encuentra y en donde también nace la fe. En este sitio de mí guardo tu presencia hermana para decirme que sea cabrona, que no me eche para atrás, que no me arrepienta y no vuelva llorando nunca, para construir una coraza de luz que nadie ve, pero que me cuida como lo hacías tú cuando viviste.
Hermana que te ausentaste cuando tus pechos tenían apenas la fuerza de una lluvia ligera, te quiero. Te fuiste en una noche de luces rojas y verdes y de fuegos que explotan en el cielo y desde entonces perdí la cuenta de tus años de ausencia en mi vida porque no me quiero acordar de cuando dijiste ese adiós que no tuve la oportunidad de escuchar.
Porque prefiero saberte en mis espacios, Paloma. Porque cuando guardo silencio y no se oye más que la piel del viento, si me escfuerzo en poner atención para levantar un sonido ligero, escucho tu voz que me dice: Laura, hermana, sé fuerte, sé luz, vive con coraje chingao, ¡vive!
Puebla, Puebla. 15 de septiembre, 2023.
[ A ti, Paloma Margarita Athié Juárez, 1975-1994, Ciudad de México ]