Edgar Krauss, el editor, dice que “José Agustín es para siempre: nos contagió su devoción por la literatura, con su implacable talento narrativo y su humor, su crítica y sus muchísimas horas de sol sobre la condición humana”. Tiene razón, esas horas de luminosidad nos hace pensar en el libro recientemente leído. Se llama Formas de habitar y habla de la condición humana más allá de la muerte. La literatura como indestructible.
Ciudad de México, 16 de enero (MaremotoM).- Aunque todos esperábamos la noticia, el hecho de que José Agustín se muera tiene un duelo literario amplio e inexplicable. Todos lo querían y todos los que habían visto una carrera lejos de la universidad, lejos del stablishment de las letras, tenían por cierto un cierto aire de justicia, como si él fuera un viejo legendario del rock y de los antisistema.
A mí siempre me hizo acordar al escritor argentino Enrique Medina, tienen más o menos la misma edad, escribieron, el mexicano La tumba y el bonaerense Las tumbas y siempre tuvieron un gran conocimiento de la literatura y de cómo esos textos abarcan en la vida de la gente, se encastran en una cotidianeidad donde muchas veces se va al pozo de la calle, a las alcantarillas de las avenidas.
Edgar Krauss, el editor, dice que “José Agustín es para siempre: nos contagió su devoción por la literatura, con su implacable talento narrativo y su humor, su crítica y sus muchísimas horas de sol sobre la condición humana”. Tiene razón, esas horas de luminosidad nos hace pensar en el libro recientemente leído. Se llama Formas de habitar y habla de la condición humana más allá de la muerte. La literatura como indestructible.
José Agustín, nacido en 1944, ha muerto hoy y en acuerdo con la familia se determinará la realización de un homenaje póstumo. Prolífico autor originario de Acapulco, Guerrero, quien estudió Letras Clásicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, dirección en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) y composición dramática en el Inbal.
La tumba, De perfil, Se está haciendo tarde, El rock de la cárcel, Ciudades desiertas, Cerca del fuego, La contracultura en México y Dos horas de sol son parte del legado literario del autor, que no solo incursionó en la narrativa, sino también en cine, la traducción, el periodismo, el ensayo, la poesía y la dramaturgia.
“Estoy a punto de decir que si no lo leíste no tuviste adolescencia.
José Agustín irrumpió en el camino de mi vida en plena pubertad y me salió al paso en las páginas de El cuento hispanoamericano. Hoy a la distancia puedo decir que esa antología compilada por Seymour Menton fue mi portón de entrada a muchos universos. Mi primera borrachera joséagustiniana ocurrió en los tiempos en que trabajé en Librería Castillo, donde en lugar de atender a los clientes me la pasaba entregado a leer la mercancía. En una sola tarde de “trabajo” me chuté La tumba e inmediatamente después Dos horas de sol, que venía recién desempacada como la nueva novela. Entre esos dos libros hay 30 años de distancia, pero haberlos leído en la misma semana me hizo dimensionar la derrochadora vitalidad de su autor. Este bato no envejece, pensé. Es piedra rodante que no hace moho. No era una tecla sesentera eternamente tocada, sino un personajazo que parecía seguir en la punta misma del grito”, dice el escritor tijuanense Daniel Salinas Basave.
“Particularmente intensa fue la comunión con Ciudades desiertas, que me acompañó a un largo autoexilio en Nueva Inglaterra. El recuerdo de la desolada inmensidad de freeways nevados y la perturbadora paz de los pueblitos de cuáquera estirpe siempre irá hermanado a Eligio y Susana. También recuerdo que la noche antes de mi debut como reportero en El Norte de Monterrey, me leí de un jalón Luz Externa. El último libro suyo que leí fue Vida con mi viuda hace más de quince años. En octubre del 97 me tocó ir saludar por vez primera a José Agustín cuando acudió a la Feria de Monterrey a presentar La tragicomedia mexicana 3. Este bato encarna su narrativa, pensé. Alivianado, sencillote, buena onda. Por José Agustín aprendí a escuchar a los Rolling y les agarré el gusto y cada que escucho la guitarra de Keith y la voz de Mick, irremediablemente pienso en él y se me antoja releer sus libros. Alguna vez dije que mi generación es huérfana de un padrino literario. Hoy pienso que cuando cientos de setenteros hacíamos nuestros pininos escriturales y descubrimos a José Agustín, todos dijimos: “yo quiero poder escribir como ese cabrón”. No lo conseguimos, pero les juró que valió la pena emprender el viaje. Hay obras que te definen como lector y te impulsan a transgredir fronteras narrativas. José Agustín es uno de los principales responsables de que mi camino de vida como lector haya sido tan chingón y emocionante, un viaje que a la fecha no termina ni terminará. El fuego no deja de arder y el Rey ya está en su templo, en la Casa del Sol Naciente”, agrega.
José Agustín, quien desde hace varias décadas radicaba en Cuernavaca, Morelos, obtuvo los premios Latinoamericano de narrativa Colima 1983, Nacional de Literatura Juan Ruiz de Alarcón 1993, Dos Océanos, otorgado por el Festival Internacional de Biarritz (1995); Premio Mazatlán de Literatura 2005, por Vida con mi viuda; Medalla al Mérito en Artes, Ejecución Musical y Artística 2010 y Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura en 2011, además de que el Inbal le entregó la Medalla Bellas Artes en ese mismo año.
Cabe recordar que el 21 de agosto de 2016, en la Sala Manuel M Ponce del Palacio de Bellas Artes se celebraron los 50 años de la publicación de su segunda novela: De perfil, en donde Enrique Serna definió a José Agustín: “…Supo responder con sus historias a un periodo álgido, el de los años sesenta, con un espíritu de rebeldía, libertad y juventud, personificado en escenas propias de la época. La clase media mexicana y su modo de hablar característico aparecen renovados en sus relatos, como vistos por primera vez”.
“José Agustín abrió la puerta de la literatura mexicana a un desenfado que era impensable para la generación anterior. Etiquetado y estigmatizado como el líder de la llamada literatura de la onda (término acuñado por Margo Glantz), padeció hasta el final el ser eternamente tratado por la crítica como un chamaco, pero justo al lado de autores como Gustavo Sainz y Parménides García Saldaña fueron los primeros en abrazar la cultura pop, el rock, los cómics y los subgéneros literarios como elementos legítimos en una tradición que hasta antes de ellos era rígida y solemne. Y sobre todo, dar voz a los jóvenes de México, invisibilizados en nuestras letras hasta los años 60. Espléndido narrador, fue un espíritu inquieto, fenomenal polígrafo que también dirigió cine y que sostuvo con la música, no sólo con el rock, un amorío intenso durante toda su vida. Silenciado al final por un trágico accidente que lo condenó a un crepúsculo menguante demasiado prolongado, José Agustín tiene un lugar de honor en la literatura mexicana. Para las generaciones posteriores a la suya fue tan influyente como Juan Rulfo. Tanto, que sin él y su aportación, la gran mayoría de quienes vinimos después no tendríamos espacio en el mundo editorial.
Leí con devoción sus libros, desde La Tumba hasta Vida con mi viuda. Disfruté enormemente La Tragicomedia Mexicana, obra fundamental en mi formación política y atesoro una primera edición de Inventando que sueño, comprada en estado prístino en una librería de viejo. Vuela alto, Maestro, y descansa en poder. Nunca tuve el gusto de conocerte en persona, pero mientras estuviste entre nosotros hiciste de este un mundo un poco menos miserable”, escribe, emocionado, el autor Bernardo Fernández.
En la amplia trayectoria de José Agustín, destaca la dirección del largometraje Ya sé quién eres/Te he estado observando y actuó en la película De veras me atrapaste, dirigida por Gerardo Pardo. En 1976 adaptó para cine El apando, de José Revueltas, dirigida por Felipe Cazals.
Aunque desde los 11 años se dedicó a escribir, José Agustín Ramírez Gómez participó en un taller literario impartido por Juan José Arreola, quien apoyó al escritor guerrerense para dar a conocer su primera novela: La tumba (1964). Además, en su quehacer literario destacan la traducción de Cabot Wright comienza, de James Purdy (1969); Alucinógenos y cultura, de Peter T. Furst (1981); Paraíso infernal, de Ronald G. Walker (1982), El don del águila, de Carlos Castaneda y El viejo y el mar, de Ernest Hemingway (1986). También realizó una amplia actividad docente en México y el extranjero, fundamentalmente en Estados Unidos y Francia.
“Perdimos a nuestro gran José Agustín. Autor fundamental, una de las influencias más importantes de mi generación y varias más. Jamás me hubiera atrevido a escribir de no ser por su ejemplo”, escribe en Twitter Naief Yeiha. Abrió la puerta y todos nos metimos a la fiesta. Buen camino, enorme José Agustín”, dice Yuri Herrera.