Corrían los primeros días de mi tiempo de formación como periodista en Madrid, tuve que hacer algún trámite en la Embajada de México, por lo que me dispuse a ir caminando con mucho frío por la Carrera de San Jerónimo, calle donde se encuentra la representación diplomática de nuestro país en la capital española. De pronto una multitud de mujeres llamó mi atención por lo emocionado de sus gritos. Detuve un poco el paso y pronto vi frente a mí a un muchacho especialmente atractivo. Justo el tipo español que esperaba encontrar en mi viaje por la “Madre Patria”, se presentaba ante mí, a un tropiezo que nos encontró de frente. Me di cuenta de que la turba le perseguía, por lo que le dije “pues yo también quiero una foto”. Sonrió y posó para la cámara, no sin decirme “no tienes ni la menor idea de quién soy ¿verdad?”. Confesé con una sonrisa y sólo pude atinar a decir “Todavía no lo sé, pero eso cambiará en cualquier momento”. Me abrazó, me dio un beso en la mejilla y se fué a paso veloz mientras yo tomaba mi cámara para ver el resultado de la foto.
La guardé en mi bolsa en ese momento, junto con el recuerdo que no volví a tocar, durante más de 10 años, y que permaneció en los confines de mi mente. Aunque el momento me había parecido emocionante, no fué hasta ahora, en que recordé a cabalidad el suceso.
Esta semana pasé mi recuperación del COVID 19, virus que me alcanzó luego de más de 2 años de burlarlo, sin prácticamente cambiar nada de mi vida y que me tomó por sorpresa en el mes más esperado de este 2022. Contraje COVID cuando iba a toda velocidad con trabajo e ilusiones, me hizo parar (como a todo el mundo) y me quitó un poco de ese optimismo naif que me caracteriza. Optimismo que me dispuse a cultivar cuando el confinamiento empezó en México, pero que parecía que lo había perdido del todo cuando más lo necesitaba, tal y como se pierde la salud pocas horas, una vez que viene el primer síntoma.
Así, mientras estaba pasando realmente mal con el malestar y cuestionando el concepto de “síntomas leves”, que por lo que veo básicamente consisten en no llegar al hospital, aunque en realidad se sienten terriblemente mal: Los primeros días los pasé alucinado en cama, tratando de repeler a mi mamá de estar cerca de mí. Avanzaron las horas con el inevitable contagio a ella y tuve que levantarme para cuidarla. Al final el miedo más grande ya se había cumplido: ¡Había contagiado a mi mamita!.
Para distraer la mente y las angustias me encontré en Amazon con la serie “El Síndrome de Ulises”. En pocos días pude ver la primera temporada completa. Para el capítulo 8 mis sueños febriles de COVID ya se escuchaban en acento español y yo ya echaba de menos al protagonista, que representaba a un doctor fresa, estudiado en Estados Unidos, quien al volver a España, tendría que trabajar para sobrevivir. “¡Vaya!, que buen tipo tiene este actor”. Su papel de médico recetando paracetamol y mucha agua me venía perfecto para mi estado actual. Lo busqué en Instagram y descubrí su nombre: Miguel Ángel Muñoz.
Actualmente promueve un documental llamado “100 días con la Tata”, sobre su cuarentena con el “amor de su vida”, una mujer de 95 años que le cuidó de niño y quien le preocupaba especialmente cuidar en este fin del mundo que nos tocó vivir.
En una cavilación en cámara lenta, como se pone todo con COVID, me dije “meteré a mi lista de famosos por conocer a este muchacho” y como una epifanía, un rayo de luz a mi séptimo chakra recordé ese otoño del 2011: ¡Ya lo conocía!. ¡El jóven de la Carrera de San Jerónimo!, cumplí mi promesa y me enteré por fin de quién es y ¡es un verdadero artista!.
“100 días con Tata” me hizo llorar enérgicamente. Toda la película fui a mis lugares más íntimos en este curioso destino que tengo de cuidar y amar a las personas mayores. ¡Por Dios!, qué clase de artista es Miguel Ángel. Evocando lo sublime en su trabajo como director. Bailarín, cantante, cheff y por lo que deja ver un extraordinario ser humano. ¡Qué suerte de Tata!, ¡Qué suerte de España por tener hombres con ese corazón y esa cara! y ¡Qué suerte de todos los que realmente le conocen!.
P.D.
Aquí voy en mi día 9, con Yolanda mejor y habiendo sobrevivido a este virus que se ha llevado a tantos. Doliéndome todos los que no lo lograron. Extrañando los tiempos que dejamos ir y que no volverán y también agradeciendo todo lo que hizo visible la enfermedad invisible.
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