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¿Qué es lo que Quieres de la Vida?

A veces queremos algo diferente en nuestras vidas, distinto de lo que estamos viviendo. Si le permitimos expresarse, aparecen mágicamente deseos que nos lo dicen, nuestro ser interior no está tranquilo con lo que somos o con lo que pretendemos ser, sabe bien quienes somos en realidad. Cuán difícil es romper con los viejos hábitos, con las ideas fijas, con los juicios y con los prejuicios que hemos aprendido, que hemos aceptado, que confundimos con nosotros mismos. 

Nos ha sido enseñado desde el momento de nacer lo que vamos considerando nuestra realidad, nuestro ser; vamos adoptando formas de ser y de hacer que el exterior y los demás nos presionan a adoptar, con las mejores o con las peores intenciones o aún sin ellas, lo mismo da. Y así, vamos convirtiéndonos en lo que la «realidad» y lo que los demás, con nuestro beneplácito, nos condenan a ser.

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Lo anterior, de no prolongarse como causa de sufrimiento, de frustración, servirá de inspiración para nuestra propia evolución, una especie de contraste que nos hace querer algo más o algo diferente, nos permite que lleguen a nosotros sensaciones e ideas que no son otra cosa sino sabias inspiraciones que provienen de nuestra parte más perfecta; nos damos cuenta de que no estamos siendo lo que en realidad somos ni en lo que queremos ser. Este es el principio del cambio, del crecimiento, del encontrar nuestra verdadera razón de existir.

Estás empezando, jamás terminas, estás en uno de esos momentos importantes en la vida en los que sientes que algo se acabó, que rompes con el pasado; rompes por muchas razones: algunas dolorosas, otras que te llenan de alegría; ves en el futuro un nuevo día, radiante, lleno de luz o lúgubre, gris. Mucho después, a veces tarde, aprendes que lo que hacías en ese momento era construir un futuro, que lo diseñabas así, tal como lo imaginabas, radiante o gris. Cuando llegas a entenderlo, tu felicidad crece, las cosas cambian y tú también.

Al paso de los años, si vives lo suficiente, enfrentarás uno de los aprendizajes más difíciles de asimilar: la muerte de un ser querido. Sufrirás porque no estará más contigo, porque no le verás más. La primera experiencia es frecuentemente la pérdida irreparable de tu querida mascota que te dio alegría y que al irse, como última muestra de su lealtad, de su amor hacia ti, te da una lección final, una de esas que son primordiales, de esas que te preparan para dolores agudos que seguramente estarán por venir.

El infortunio del ser humano es toparse con la muerte en demasiadas ocasiones. Desde la primera vez, se descubre que, cuando amas, es dolorosa; y que la muerte provoca la reflexión sobre los temas más profundos, más importantes, sobre la trascendencia, sobre lo que hay después, sobre las aportaciones y la razón de ser. Estas reflexiones se repiten una y otra vez, al menos, tantas veces como pérdidas vamos sufriendo; son cada vez más profundas porque cada una parte de lo que antes has pensado, sentido, concluido, aprendido. 

Probablemente sea fácil confundir que el amor provoca el sufrimiento, el desconsuelo que se agiganta en aquellas ocasiones en las que se agrega un sentimiento de culpa, que lacera por dentro porque se piensa que no se puso suficiente de nuestra parte, que no se dió tanto como habríamos querido y/o debido en esa relación.

Morir es como un paso, el último que se da, con plena consciencia. Es como una aventura en la que una parte nuestra, la que alcanzamos a ver con más claridad, quizá desea experimentar, quizá no, más nuestro otro yo, la parte más relevante de nuestro ser, se manifiesta como la intuición que nos dice al oído: «la aventura será gozosa«; entonces caemos en la cuenta de que en ese momento, de alguna forma, concluye todo lo anterior, cierra un capítulo más. Vivimos en muchos momentos que son como la muerte; son, en realidad, pequeñas muertes, invitaciones aceptadas a nuevas aventuras pero, a veces, son también respuestas a la tristeza, al miedo o a la ira. 

Cuando nos hacemos viejos, si tenemos suerte, nos damos cuenta de que esas emociones desagradables nos estaban advirtiendo de errores que estábamos por cometer, eran como gritos de alerta que nos decían: ¡ese no es tu camino, no lo tomes!

Es por ello que a la muerte la conocemos bien, la hemos experimentado muchas veces, en cada cambio en nuestra vida. Cuando el cambio nos trae sufrimiento, desánimo o frustración pareciera que el infierno existe aquí y ahora, más, cuando nos genera felicidad, gozo, amor, sabemos, con certidumbre, que el paraíso existe, que vivimos en él.

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