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Instrucciones para escribir sin ojos

Mi abuelo llevaba un aparato en la oreja. Yo llevo dos lentes frente a los ojos que ocultan bajo 11.5 dioptrías la mujer que soy. Él escuchaba la mitad del mundo. Yo adivino la mitad del otro y camino sólo porque confío en la mano que me dan cuando voy a caer.

Jueves con frío. Tres de la tarde. Centro histórico de Puebla.

Al bajar las escaleras en un edificio barroco de la calle 4 Sur, decidí probar. Había pasado la tarde viendo fantasmas borrosos de colores, banquetas convexas y luces intermitentes en cada paso que di, hasta que cerré los ojos para sentirme una paloma mientras descendía por unas escaleras brillantes como los tubos de las probetas que usaba en la clase de Química en secundaria. El hombre que amo, varios pisos arriba, me dijo que bajara otro piso.

—Baja —decía mientras me tomaba una foto—, camina varios escalones más, y yo lo hacía.

Mirándolo cada vez más borroso estiraba mi pie temeroso para descender los escalones pensando en el miedo que deben sentir los ancianos cuando la fragilidad de su vista los tumba al suelo. Bajaba como una vieja aferrándome al barandal, preguntándome qué pasaría cuando resbalara.

Daba un paso, tres, cinco acercándome a los escalones sin ver con certeza nada más que ese blanco que tal vez uno ve cuando entra al túnel del fin de la vida para morir. Entonces recordé a mi abuelo a quien conocí tan poco, con sus aparatos para la sordera en las orejas.

Uno le decía: “Abuelo, mira esto”, y él asentía como yo hoy, sin ver, sin escuchar, en la sordera absoluta, confiando en el otro, en quien te dice, “ven”, yendo nada más por amor, sabiendo que, en este punto de la vida, cuando la vista se comienza a ir, no queda más que la intuición.

Voy perdiendo un sentido, me queda el sexto y mi memoria.

Ahí, parada sobre esas escaleras blancas como velo de novia, pensé: “No me quiero caer”, pero no me detuve, seguía. Con estos anteojos torpes que me engañan la vista, seguí.

Cuando me detuve en el piso dos y giré el rostro hacia arriba para que mi sonrisa saliera en la imagen de la Laura miope que sería retratada en la foto, me pregunte: “¿Qué sucederá cuando ya no vea más, ni siquiera el teclado de la computadora, ni siquiera el papel de la libreta sobre el cual trazo las letras con las que voy narrando lo que vivo y lo que soy? ¿Cómo voy a escribir cuando mis ojos se llenen de nubes y me quede ciega?”.

Desde hace meses tengo una nueva mala costumbre: Si algo me interesa, hago una pausa, cierro los ojos, escucho el aleteo de alguna mosca, el sonido de un auto, el ladrido de un perro, una conversación ajena que se atraviesa frente a mí y escribo.

No tomo papel, me olvido de la pluma y comienzo a narrarme alguna historia como cuando mi madre me leía poemas en la noche. Me hablo en silencio, pongo la coma aquí, el punto allá. Escribo moviendo los labios como si fuera una loca que conversa sola. Con los ojos cerrados escribo, porque algún día dejaré de ver y entonces, no me quedará más que confiar en voz de quien me ama y en el sonido de sus palabras que me dicen: 

  • Ven, Laura, sin miedo, escribe, aunque ya no veas, porque para ver el mundo, sólo hace falta recordar lo que nos partió en dos y volver a sentir punta de la aguja que usamos para remendarnos.

Autor

  • Laura Athié

    Orgullosa madre de Abril. Analógica. Es maestra y doctoranda en Ciencias del Lenguaje por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Maestra en Política Educativa por el Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación (IIPE) de la UNESCO en París, Especialista en Educación por el IIPE Buenos Aires y la FLACSO México. Comunicóloga por la Universidad Autónoma de Baja California. Diplomada en Terapia Narrativa por el Instituto Latinoamericano de Estudios de la Familia. Autora de publicaciones (auto)biográficas, materiales de lectura para educación media e investigaciones sobre memoria. Entre sus libros se encuentran De cómo cocinaban las abuelas (2011), Calva y Brillante como la luna (2013), Robótica, los jóvenes que se atreven a hacerla en México (2008) y, Nos esforzamos y somos valientes. Memorias de nuestras batallas con el lupus (LEM, 2022). En 2020 fue reconocida como una de las intelectuales de ascendencia libanesa más destacadas en el área de cultura por el Centro Mexicano Libanés. Es codirectora de LEM: Centro de Producción de Lecturas, Escrituras y Memorias, centro radicado en Puebla, dedicado al rescate, documentación e investigación de la memoria individual, familiar y social: www.lemmexico.com. www.tejedoradehistorias.com https://tejedoradehistorias.wordpress.com/ Linkedin: @lauraathie / YouTube: @lauraathie / Facebook: @lauraathie Twitter: @lauraathie / Instagram: @lauraathie / Spreaker: @lauraathie

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  1. Un texto de mi Mtra. que proviene desde los dentros de, literalmente, una mujer soldado en la primera fila del frente norte. Esta lectura refuerza mis necesidades de escribirme, de escucharme, de imaginarme, de no verme, de no dolerme del esqueleto, de acomodar a un lado el dolor físico para decirme: eso carece de la más mínima importancia. Abrazos.

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